José Manuel Rodríguez
Solar
Para que se dé usted una idea, estas
son las cuentas claras de las privatizaciones: De las 1,152 empresas
paraestatales que dejó López Portillo en 1982, para 2006 solamente quedaban
217. Por el total de las 935 empresas privatizadas, entre las que se cuentan
Teléfonos de México, Aeroméxico, Mexicana de Aviación, Altos Hornos de México,
DINA, Fertilizantes Mexicanos, Aseguradora Mexicana, los 18 bancos comerciales,
Ferrocarriles, Aeropuertos, Autopistas, etc.; el país obtuvo 23,731 millones de
dólares, de los cuales el 95 por ciento (22,605) fueron captados entre 1988 y
1993, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
Por si estas privatizaciones hubieran
sido pocas y no suficientes para satisfacer el apetito de los privatizadores y de
los beneficiarios de ellas, durante la primera mitad del sexenio de Vicente Fox
sólo logró la desincorporación del 7 por ciento de las privatizaciones
programadas, esto debido a la fuerte oposición del Congreso para permitirlas.
“Según datos de la Secretaría de
Hacienda, el gobierno programó desincorporaciones por 82 mil 200 millones de
pesos entre 2001 y 2003, pero sólo alcanzó a vender activos por 6 mil 196
millones de pesos. En 2005, la meta del gobierno era privatizar activos y
empresas estatales para que las arcas públicas tuvieran ingresos por 21 mil 150
millones de pesos, pero al final no hubo ninguna venta y los recursos por ese
concepto fueron nulos, según el informe de Finanzas Públicas 2003”. (Verónica
Galán, Reforma)
¿Cómo es posible que las empresas
privatizadas puedan rendir más y ser más productivas en manos de particulares y
no bajo la dirección y el manejo de los funcionarios y ejecutivos que las
operan, servidores públicos, burócratas, secretarios de Estado o del presidente
de la República? Vaya autorreconocimiento tácito del gobierno de su incapacidad
e incompetencia, vendiéndolas y cediéndolas a los capitalistas, porque el
gobierno no las puede hacer productivas ni rentables. Entonces, ¿para qué está
el gobierno? Si tácitamente por sus acciones reconoce públicamente su ineptitud
para administrar y operar las empresas paraestatales que son el eje rector de
la economía nacional.
El cuento de que el gobierno no tiene
dinero es una falacia, puesto que no hay economía más fuerte que la de un
Estado. ¿Acaso no fue el gobierno el que rescató a la Banca de que sucumbiera a
tan sólo tres años (1992-1995) de su privatización? ¿No fue un absurdo haber
vendido los 18 bancos en aquel entonces por 12 mil millones de dólares (a
crédito, con facilidades) y tener que pagar después por su rescate (apoyo a
deudores y ahorradores) 110,000 millones de dólares (casi 10 veces más)?
Para reforzar la antipatía que hoy
tenemos a las privatizaciones y a todo aquello que huela a ellas, ésta es una
síntesis de la nota de Roberto González Amador que escogí como los
antecedentes, informe y trayectoria de las privatizaciones de las empresas
públicas que se hicieron en el pasado. En ellas encontramos datos y cifras por
demás ilustrativas:
“En lo que constituye uno de los
peores negocios para los contribuyentes mexicanos, la privatización de más de
mil empresas públicas iniciada en 1982 ha generado para el fisco ingresos por
31 mil 538.1 millones de dólares, cantidad que equivale a sólo 28.8 por ciento
de la deuda asumida por el Estado para financiar el fracaso de la gestión de
los particulares que adquirieron parte de esas compañías”.
“A la fecha, el costo de los rescates
bancario, carretero, de ingenios y líneas aéreas alcanza 109 mil 214.71
millones de dólares, cantidad que equivale a multiplicar por 3.46 los ingresos
obtenidos por privatización de empresas públicas de 1982 a la fecha y que
incluso supera en 38 por ciento el saldo actual de la deuda externa del sector
público, que es de 79 mil millones de dólares, de acuerdo con información del
Banco de México, Secretaría de Hacienda y reportes de la Unidad de
Desincorporación de Empresas Públicas.
“El proceso de venta de empresas
públicas mexicanas se inició en 1982, como condiciones impuestas por organismos
internacionales para brindar asistencia al país y los recursos sirvieron en
parte para hacer frente a la falta de divisas.”
“Información del Banco de México y la
Secretaría de Hacienda indica que, convertidos a dólares al tipo de cambio
promedio de cada año, los ingresos por privatizaciones que ha captado el país
entre 1982 y 2001 sumaron 31 mil 538.1 millones de dólares. Esa cantidad
representa sólo 28.8 por ciento de los 109 mil 214.71 millones de dólares a que
equivalen actualmente las deudas asumidas por el Estado a consecuencia de los
rescates bancarios, de las autopistas concesionadas, las aerolíneas y los
ingenios”.
“El caso que ilustra mejor el fracaso
de las privatizaciones es el del sistema bancario. Por los 18 bancos vendidos
en el sexenio del expresidente Salinas entre 1991 y 1992, el gobierno obtuvo 12
mil 355 millones de dólares. Actualmente la deuda relacionada con el rescate
bancario, según la Auditoria Superior de la Federación, es de 920 mil millones
de pesos, unos 89 mil 350 millones de dólares”.
“Dos exsecretarios mexicanos de
Hacienda, David Ibarra Muñoz y Jesús Silva Herzog Flores, entrevistados por La
Jornada, coincidieron en que la política de privatizar empresas públicas para
buscar mayor eficiencia económica está agotada en el país y afirmaron que
continuar por ese camino en el caso de la pretendida apertura al capital
privado de Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad conduciría
al fracaso y a la pérdida de soberanía económica.
Con esta información, opiniones y
puntos de vista, vale la pena considerar nuestro porvenir si seguimos por el
camino equivocado. No se puede ser tan necios y tercos pretendiendo salir del
paso momentáneamente mientras dura el sexenio. Ya basta de insistir en las
privatizaciones o en cualquiera de sus formas. Nos redituaría más hacerlas
eficientes y productivas, como lo han sugerido y señalado las opiniones
autorizadas y los expertos en la materia de los energéticos. Más nos valdría
frenar el saqueo y la corrupción en esas paraestatales en donde abunda la
ineptitud de los que las dirigen o de los organismos que permiten que las
graven y se endeuden como lo estamos viendo.
Es hora de exigir que las
administraciones públicas no sólo sean transparentes sino también más
eficientes y productivas. Que los que las dirigen sean personas competentes y
que las administren honestamente. Sólo así podremos saldar la deuda pública y
lograr que las empresas paraestatales se financien con sus propios recursos
como si fueran eficientes empresas privadas.
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